Quantcast
Channel: Cinescalas » A la deriva
Viewing all articles
Browse latest Browse all 54

Silver Linings Playbook: La vida sigue

$
0
0

“(Necesito alguien) que ponga tachuelas a mis zapatos para que me acuerde que voy caminando y que cuelgue mi mente de una soga hasta que se seque de problemas, y me lleve…”

Atención: se revelan algunos detalles del argumento

Hace unos años me diagnosticaron trastorno de ansiedad generalizada. El diagnóstico no fue fuerte en sí mismo sino en relación con todos los pensamientos que trajo consigo. Nunca estuve tan consciente de cómo la mente es un arma de doble filo como en esos estados en los cuales uno cree que la sensibilidad es tal que cualquier roce, parafraseando a Jesse, va a generar que te disuelvas en moléculas. Así como estás más alerta de todo lo que sucede en tu interior, al mismo tiempo desarrollás una extraña habilidad para comprender más a tu entorno, como una suerte de percepción aguda, de sexto sentido, de detección de conductas, tanto de las que no compartís como de aquellas con las que te podés identificar sin que la otra persona emita una palabra. La enfermedad me llevó a correrme del lugar de autosuficiencia en el que me encontraba y me obligó (afortunadamente) a depositar mi confianza en los demás. Porque sí, solo uno puede dominar los tormentos, calmar la tempestad de pensamientos negativos, moderar la hipersensibilidad, pero si no tenés a nadie que te sostenga, que te ayude a respirar o intente explicarte por qué vos y no otra persona llegó a ese estado, probablemente el camino que elijas sea el de sentir lástima por vos mismo, preguntándote cosas que no tienen respuesta y optando por las alternativas más fáciles para que la ola no vuelva a pasarte por encima. Toda esa época trajo situaciones de mierda, esa clase de situaciones en las que no se vislumbra un consuelo porque lo traumático se empecina en alojarse dentro tuyo y no darte un momento de claridad. Una reacción positiva. Un hecho luminoso. Excelsior. Pero es de toda esa mierda, justamente, de donde empiezan a surgir mecanismos de defensa, como si uno tuviera que llegar a un límite para tomar noción de lo mal que estaba manejando las cosas. Entonces, se trabaja en una estrategia. Se empieza a dar un paso tras otro, con esfuerzo, quizás envidiando la facilidad con la que otros pueden sobrellevar la rutina sin ese peso en el cuerpo, aunque en el fondo sabiendo que los demás también tienen otros conflictos, menos invisible quizás, menos a flor de piel. Yo encontré mi estrategia. Encontré una seguidilla de maneras de convivir con la persona que soy (porque después me di cuenta de que toda mi vida estaba tensando la cuerda de la ansiedad), de aceptar que si bien hay alarmas que no se van nunca, toda esa hipersensibilidad no necesariamente puede hundirte sino que puede ser puesta al servicio de proyectos, de metas en las que en otras circunstancias no hubieses reparado. Una de las ramas cruciales de mi estrategia fue este blog. Este blog empezó en ese instante en el que mi mente iba más rápido de lo que yo hubiese querido, empezó cuando todo alrededor se difuminaba y quedaba yo sola, nuevamente intentando encontrarle el sentido o la razón o la explicación física a eso que en realidad era/es abstracto e intangible. Empecé a escribir acá. Empezó a armarse una comunidad. Y el resto ya lo conocen. Pero también empecé a leer sobre cosas que antes ignoraba. Empecé a tener la necesidad de creer en algo cuando las cosas se ponían oscuras. Empecé a estar más atenta a la energía. Y empecé a escuchar. Hace poco, de hecho, y hablando con alguien que atravesó una situación similar, llegamos a la conclusión de que la sensibilidad te lleva a percatarte de que si no encontrás esa estrategia, de que si no mirás para adelante, es muy poco probable que el lado luminoso encuentre un lugar para colarse, o encuentre la manera de erradicar el tormento. Porque hay tres aspectos, entre otros, de los cuales liberarse: el quedarse estancado, el rebobinar continuamente pensando en qué hubiese pasado si hubieses manejado tu vida de otra manera y, sobre todo, el exigirle a la mente que corra diez metros cuando solo puede correr cinco. El exigirle a tu mente que te haga llegar a un futuro, justamente olvidándote de que, al estar tan enfocado en esos tres puntos, el futuro es el que corre más riesgo, porque vos no das lugar al presente, no dejás que el ahora vaya dándole forma a lo que se construirá de manera eventual. Y en el presente, como señalé antes, nunca estás solo, hay gente a tu alrededor que, si sos afortunado, va a tratar de comprender a la par tuya por qué reaccionás como reaccionás o por qué no podés concentrarte en simples actos. Es fácil decir “yo solo sé por lo que estoy pasando y nadie va a entenderme”. Es fácil autoalienarse. Lo difícil es dejar de sentir lástima por vos mismo y empezar a creer en los demás. Empezar a creer en que los demás, aunque no sepan cómo lidiar con todo, van por lo menos a intentarlo. O vos los vas a ver tan desesperados por una solución, que vas a sacar el pie del acelerador y a empezar de nuevo. Ya no tanto por vos. Más bien por ellos.

Me parecía apropiada esta introducción para escribir sobre Silver Linings Playbook. No podía (raras veces lo hago en realidad) abordar la película dejando afuera mi historia personal porque, en definitiva, y más allá de que David O. Russell  filmó la película para su hijo (quien sufre de un trastorno de bipolaridad) y de que hay una cuota de realismo extrema en el film, la película no solo está hecha para que resuene en quienes experimenta(ro)n depresión, ansiedad, bipolaridad, nerviosismo, pánico, sino también para quienes acompañan en esos procesos tan individuales, llenos de matices e incontables pormenores. Porque Silver Linings Playbook es, ante todo, una película sobre la compañía como motor para hacerte avanzar. Pat (Bradley Cooper, en una gran interpretación con dos o tres momentos clave que te destrozan) está estancado en el pasado. A la par de tratar su bipolaridad en terapia, su objetivo es recuperar a su ex mujer y darle a su matrimonio un final feliz. El aspecto más encantador de Pat (y desgarrador cuando sabemos que ese objetivo es fútil) es su creencia no solo de que va encontrar también una estrategia sino de que hay que darles a esos finales felices una entidad superior. Producto de esos vaivenes emocionales, él se convierte en un observador y el film no puede ser más preciso en este aspecto. Pat, debido a su estado, le exige al mundo lo que considera que el mundo debe proveerle (una modificación del desenlace de Adiós a las armas, por ejemplo) y al mismo tiempo es consciente de que el mundo va a cambiar a la par de su mirada. Si se queda tirado en una cama leyendo todas las novelas que su ex esposa enseña en sus clases, su mundo va a ser hermético, va a estar nuevamente enfocado en lo que hubo o en una fijación por lo que puede volver a estar. Ese va a ser su mundo. En cambio, si decide salir a correr, si decide ayudar a alguien, posiblemente llegue a su casa tan cansado a la noche, que tire los libros de la cama y su mundo ya obtenga otros propósitos. Lo que hace David O. Russell es mostrar la evolución de Pat desde su actitud “no tengo filtro cuando hablo” pero también desde lo más implosivo, desde lo más imperceptible, como cuando efectivamente esos libros se caen de la cama, como cuando yace acostado procesando un sentimiento desconocido, como cuando sonríe cada vez que tiene que salir a practicar una rutina de baile. Pero Pat no lo podría haber hecho solo. No lo podría haber hecho sin el envión de Tiffany. Y acá es fundamental mencionar el descomunal trabajo de Jennifer Lawrence, quien transmite en cinco minutos todo el abanico de sensaciones que una persona ansiosa puede llegar a padecer: miedo, vulnerabilidad, bronca, tristeza. Desde su manera de reaccionar cuando las cosas parecen tomar un rumbo distinto al que ella desea (ojos expresivos, caminar hiperquinético) hasta su manera de escupir (metafórica y literalmente) todo lo que pasa por su cuerpo, Lawrence es la viva imagen de alguien que tuvo que lidiar con una enfermedad nerviosa, es la de alguien que tuvo que aprender a aceptarse a sí misma (“There’s always gonna be a part of me that’s sloppy and dirty, but I like that, with all the other parts of myself; can you say the same about yourself, fucker? Can you forgive?”). Luego de una cena en casa de su hermana y su cuñado (otra gran microhistoria del film, que demuestra que nadie está exento de la presión externa, de un mundo que no te deja respirar), las interacciones entre Tiffany y Pat son a las corridas, como si esos encuentros vaticinaran el futuro o, mejor dicho, como si el hecho de verlos corriendo (y además con los roles invertidos en relación comienzo-final) nos esté diciendo que siempre es necesario seguir hacia adelante. En la novela de Matthew Quick adaptada por el propio David O. Russell, Pat mismo sabe que si no encuentra en quien sostenerse, no va a poder lograr que su mantra (“excelsior”) de resultado (“you shouldn’t be trying to get rid of anyone; you need friends, Pat; everyone does”) y por eso la película se detiene en todas esas pequeñas acciones que lo ayudan a espantar fantasmas, como los consejos de Tiffany (“It’s a song, don’t make it a monster”) y como esa mentira que ella le dice con un único fin: querer darle su final feliz. La película acerca a ambos personajes no solo por ese “sexto sentido”, por esa empatía (“people like Tiffany and I know something that maybe you don’t”) sino también por un vacío en común: hacer todo por los demás y después despertarse sin nada. “Yo no obtengo lo que quiero, no soy mi hermana” dice ella y él, cuyo hermano también vendría a representar el tan maleable concepto de “éxito familiar”, la entiende y comienza a ayudarla en consecuencia.

Así, esa visión pequeña del mundo (la descolorida, la de intentar seguir exprimiendo algo que ya no tiene jugo) se amplía y la estrategia de Pat comienza a abarcar el fortalecer el vínculo con su padre (un extraordinario Robert De Niro), aceptando a fin de cuentas el trastorno obsesivo-compulsivo que él sufre; el desprenderse del rencor hacia su hermano; y el ver en los ojos de su madre a la figura omnipresente, a esa fuerza invisible que solo desea su estabilidad. La dirección de actores es notable de momento en que conviven casi todos los personajes en una misma escena y uno puede percibir los padecimientos de cada uno, incluso sin necesidad de que digan mucho, como el caso de Jacki Weaver en el papel de esa madre que sostiene un hogar convulsionado con pequeños gestos de (nuevamente) aceptación: un beso en la frente, un llamado a Tiffany, una mirada emocionada al ver a su hijo bailar, etc. Porque cuando Pat empieza a abrirse, también empieza a soltar lo que ya no necesita de su atención (ya no hay más canciones traumáticas, ya no hay más videos de casamiento), y su observación del mundo pasará a estar anclada únicamente en el presente (“the world will break your heart ten ways to Sunday, that’s guaranteed…but I can’t begin to explain that or the craziness inside myself or everyone else (…) but I think of what everyone did for me, and I feel like a very lucky guy”). Lo escribí al principio de este texto: las situaciones límite nos obligan a conocernos y a abrirnos a muchas cosas ante las cuales previamente nos mostrábamos escépticos. El (re)conocerse de Pat y Tiffany está signado por la música. Por Johnny Cash y Bob Dylan, quienes cantan mientras ambos intentan darle valor a la palabra “sentimiento” (“that’s a feeling”). Por un baile final tan imperfecto y desconcertante (porque el cambio de ritmo no es casual, así de vertiginosos son ellos) como quienes lo están ejecutando. “El mundo es bastante duro de por sí, entonces ¿por qué nadie piensa ‘vamos a darle un buen final a esta historia’?” grita desaforado Pat ante la atónita mirada de sus padres. Pero no se refiere a un mundo conformista, no se refiere a un mundo artificial, no se refiere a un mundo perfecto. Su idea de final feliz está, como lo expresa en la novela de Quick, en compartir los días (sean los que fueren) con “la mujer que sabe lo loca que está mi cabeza y la cantidad de pastillas que tomo”, con “la mujer que a pesar de eso me deja abrazarla”, con “la mujer que no se parece a nadie, que no intenta forzar una sonrisa cuando la observan”, con “la mujer que no me pone una buena cara si no lo siente” y que, por eso precisamente, “me genera una gran confianza”. Confianza. Hace poco también hablé con alguien quien me dijo que no hay nada peor que sentirse estancado y tener noción de que, en realidad, la vida de los demás sigue. Supongo que a eso se reduce todo. A encontrar el final feliz que nos sirva; y a encontrar a alguien que nos siga el paso, que nos estimule, que nos impulse a mejorar y a encontrar en ese torbellino de imperfecciones el incentivo para seguir corriendo.

 ………………………………………………………………………………

► Pat y Tiffany bailan mientras Bob Dylan y Johnny Cash cantan “Girl From The North Country”:

…………………………………………………………………………………

► DE YAPA: la banda sonora de la película:

Silver Linings Playbook Soundtrack by cinescalas on Grooveshark

……………………………………………………………………………………..

¿Vieron Silver Linings Playbook? ¿Qué opinión tienen sobre ella? ¿Se están poniendo al día con las películas nominadas al Oscar? ¿Qué es lo mejor que vieron hasta el momento? ¡Espero sus comentarios, como siempre! ¡Hasta mañana!

………………………………………………………………………………………

* RECUERDEN QUE SI QUIEREN SEGUIR LAS NOVEDADES DE CINESCALAS POR FACEBOOK, ENTREN AQUÍ Y CLICKEEN EN EL BOTÓN DE “ME GUSTA” Y POR TWITTER, DENLE “FOLLOW” AL BLOG ACÁ; ¡GRACIAS! 


Viewing all articles
Browse latest Browse all 54

Latest Images

Trending Articles